Un trozo del poema la pedrada de Gabriel y Galán..
La procesión
se movía
con honda
calma doliente.
¡Qué triste el
sol se ponía!
¡Cómo lloraba
la gente!
¡Cómo Jesús se
afligía!...
¡Qué voces tan
plañideras
el Miserere
cantaban!
¡Qué luces,
que no alumbraban,
tras las
verdes vidrïeras
de los faroles
brillaban!
Y aquel sayón
inhumano
que al dulce
Jesús seguía
con el látigo
en la mano,
¡qué feroz
cara tenía,
qué corazón
tan villano!
¡La escena a
un tigre ablandara!
Iba a caer el
cordero,
y aquel negro
monstruo fiero
iba a cruzarle
la cara
con el látigo
de acero...
Mas un
travieso aldeano,
una precoz
criatura
de corazón
noble y sano
y alma tan
grande y tan pura
como el cielo
castellano,
rapazuelo
generoso
que al
mirarla, silencioso,
sintió la
trágica escena,
que le dejó el
alma llena
de hondo
rencor doloroso,
se sublimó de
repente,
se separó de
la gente,
cogió un
guijarro redondo,
miróle al
sayón de frente
con ojos de odio
muy hondo,
parose ante la
escultura,
apretó la
dentadura,
aseguróse en
los pies,
midió con tino
la altura,
tendió el
brazo de través,
zumbó el
proyectil terrible,
sonó un golpe
indefinible,
y del infame
sayón
cayó botando
la horrible
cabezota de
cartón.
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La mitad de la alegria reside en hablar de ella